CAPÍTULO 1: KIM KIMIN
Abrí
mis ojos y desperté toda sobresaltada y sudada. No había tenido una buena
noche. Quizás era a causa de los nervios, pues al día siguiente emprendería un
viaje que nunca olvidaría. Me levanté de la cama y me dirigí hacia la cómoda.
Me miré. Odiaba mirarme en los espejos, no es que fuera lo que se dice una
mujer demasiado guapa, pero tampoco era fea. Tenía unos ojos grandes, demasiado
para mi gusto, de color verde pardo. Cuando me encontraba en zonas oscuras mis
ojos se veían castaños y si les daba un poco de la luz solar se veían
extrañamente preciosos, con mucha luz y brillo y el color castaño cambiaba a
una variedad de verdes y marrones formando como una especie de girasol en mi
iris. A pesar de la grandaria de estos no tenía unas grandes pestañas, pero si
en abundancia. Pero de qué me servía tener unos ojos tan bonitos y grandes si
debajo de ellos encontrábamos mis enormes ojeras que durante el invierno se
acentuaban, estación en la que estábamos, y en verano disminuían. Por suerte mi
tez era morena y eso las disimulaba. Fijé mi mirada en mis labios, los toqué.
Creo que es la única parte de mi cuerpo que me gustaba. Eran gruesos y estaban
bien definidos, además cuando sonreía se veía mi enorme sonrisa, la cual no me
disgustaba, pues tenía los dientes perfectos. Me encantaba sonreír, era lo que
más adoraba hacer y ver, cómo, poco a poco, iba cambiando las facciones de mi
cara y aparecían mis preciados hoyuelos. Continué mirándome y comprobé,
acertadamente, lo que siempre pensé, no existía relación entre mi cara y mi
cuerpo. Era una niña metida en el cuerpo de una mujer. Mi cuerpo estaba bien
desarrollado y horriblemente proporcionado con respecto a mi altura. Bueno
quizás no horrible, pero no entendía por qué tenía que tener unos senos tan
abultados si tan solo media la asombrosa altura de 1,66m. En fin, me cansé de
mirar aquel reflejo difuso y volví a meterme en la cama.
Era
de madrugada aquí, en Madrid y me encontraba en el aeropuerto preparada para
embarcar, tras haber chequeado el equipaje, en un viaje que duraría como unas
catorce horas. ¡Bien! Me esperaban catorce horas de soledad y puro
aburrimiento, pero me daba igual. Deseaba fuertemente realizar ese viaje desde
que era pequeña. Y ese día, por fin, con 18 años apenas cumplidos, estaba
realizando ese sueño. Aunque me martirizaba la idea de pensar que iba para
estudiar, por no hablar de la gran diferencia horaria que había. Cuando en
Madrid eran las 8 de la tarde allí eran las 3 de la madrugada, nada, apenas un
ligero cambio que cualquier persona normal no notaria. Las 14 horas se me
hicieron tan largas que pensé que había pasado un día entero. Si no llega a ser
por el joven al que conocí en el avión y que hizo el viaje más ameno, el
periplo hubiese sido una tortura.
Se llamaba Kim KiMin, sí, exacto, era coreano. Pero no tenía la típica apariencia que todos
piensan de una persona asiática. Era alto, muy alto, mediría alrededor de 1,80
o más, no, mucho más, yo diría que alrededor de 1,85. Poseía unos hermosos ojos
color avellana, que brillaban con cada reflejo de la luz, otorgándole mucha
profundidad a su mirada. No tenían la típica forma, pues a pesar de que eran
rasgados, estos eran demasiado grandes y redondeados, además del asombroso
doble párpado que poseía. Lo cual me dejó prendada, sobre todo las grandes y pobladas
pestañas que salían de ellos. Su nariz era firme, pero poco pronunciada. Su
perfectos y gruesos labios aguardaban una sonrisa realmente hermosa y perfecta.
Casi parecía una mujer de lo fino y perfecto que era su rosto. Sin embargo, el
pelo su negro pelo alborotado y corto le aportaban un toque de masculinidad y
misterio. KiMin fue un muy encantador. Con él
pude mantener una pequeña conversación, en inglés, claramente, durante
el trayecto y con el cual pude vencer un poco mi extremada timidez.
• Hola, tú
también te diriges a Corea, ¿verdad? – me dijo mientras estaba escuchando
música.
Tan
solo asentí con la cabeza. Seguramente notó mi inseguridad, cortedad y
vergüenza, pues me percaté como la cara,poco a poco, me iba ardiendo. Él hizo
una pequeña mueca riéndose y dijo:
• Siento
haber sido descortés. Mi nombre es Kim KiMin (김기민),
encantado de conocerte.- me tendió la mano.
• Hola, yo
soy Alex Rodríguez, encantada.- le dije
mientras le daba la mano.
• ¿Rodríguez?
¿Eres española?
• Sí, y tú
eres coreano ¿no?
• Jajaja sí,
se nota ¿verdad? Bueno más bien soy americano-coreano. Y ¿qué le trae a una
española ir a Corea?- Ahora entendía su perfecta pronunciación.
• Siempre
quise ir a Corea del Sur, desde pequeña, en especial Seúl. Y ahora gracias a
mis estudios puedo ir. Y tú, ¿por qué vas a Corea?
• Quería
conocer en profundidad el país natal de mi padre y…, nada, eso. Así que eres una estudiante universitaria,
entonces, a lo mejor, tenemos la misma edad.
¿Cuántos años tienes internacionalmente? Sabes que cuando llegues a Seúl
tendrás uno o dos años más ¿no?
• Sí, lo
sé. Tengo, como tú dices
internacionalmente 18 años. Y ¿tú?- dije con tono de burla.
• Jajaja,
lástima tengo un año más que tú. Y ¿has pensado ya el nombre que utilizarás una
vez te instales allí?
• Pues no,
la verdad.- dije algo deprimida.
• Dime tu
fecha de nacimiento.- dijo con una voz picara.
• ¿Para qué
la quieres? ¿No serás algún acosador o algo por estilo? Jajaja es broma, 12 de
agosto de 1996.
• Jejeje, mírala que graciosilla- dijo mientras me
acariciaba la cabeza, rasgo propio de los asiáticos, lo cual hizo que me
sonrojase-. Según tu fecha de nacimiento a los extranjeros les ponen nombre en
Corea, tú serías…., vaya, no me gusta mucho,espera que piense,¿qué te parece
Han SangRa (한상라)?. Bonito nombre, te queda muy bien. – dijo con
una amplia sonrisa.
• Han
SangRa, me gusta. Gracias- lo miré, me estaba mirando, tuve que bajar la
mirada.
• Han SangRa
corresponde a aquella persona que nació el 11 de junio de 1996, pensé que ese
te quedaría mejor que el de tu fecha.- se disculpó.
¿Cómo
podía ser tan guapo? Al principio me daba vergüenza mirarlo durante mucho
tiempo seguido, pero conforme fue avanzando la conversación me sentía más y más
cómoda. Estuvimos hablando de las cosas que íbamos a hacer en Seúl y que nos
gustaba más de la ciudad hasta que la conversación llegó a su fin.
• Han Sang
Ra, ¿puedo llamarte así?
• Sí, claro.
Además has sido tú quien me lo ha puesto.
• No conozco
a muchas personas en Seúl, salvo unos cuantos amigos y supongo que tú tampoco.
Así que estaba pensado que…, podríamos quedar algún día. Si tú quieres claro.-
dijo mientras alargaba su brazo para darme su número de teléfono.
¿Había
oído bien? Pues claro que quería, hasta el momento tonta no era.
• Claro, me
encantaría.-dije mientras le daba también mi número.
KiMin
sonrió y me volvió a acariciar la cabeza. Me encantaba que hiciera eso. Aunque
seguía poniéndome roja y nerviosa. Después de eso me dijo que necesitaba dormir
y dejamos de hablar hasta que bajamos del avión y nos despedimos.
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